Los zuloaga y los gitanos

 

La familia Suárez-Zuloaga mantiene una colaboración activa con asociaciones gitanas de ámbito nacional y provincial, colaborando con sus iniciativas y organizando exposiciones. Damos así a una relación que se remonta a 1892, cuando el aprendiz de pintor Ignacio Zuloaga tuvo su primera convivencia con los gitanos andaluces. Desarrollando una pasión que se plasmó en decenas de obras de arte y numerosas iniciativas conjuntas. 

De la mano de los gitanos Ignacio Zuloaga se sumergió en el flamenco, contribuyendo a su difusión en París y en la organización del concurso de Cante Jondo que tuvo lugar en Granada en 1922. Desde entonces la familia Suárez-Zuloaga seguimos vinculados al flamenco. 

En 1893, con 23 años, y procedente de París, Ignacio se instaló en una corrala de la sevillana calle Feria, donde convivió con gitanos y aprendió el idioma caló. El pintor siempre se enorgulleció de ese conocimiento.

Ignacio, a lo largo de su vida, llegó a pintar cerca de treinta pinturas y dibujos protagonizados por gitanos.

Su relación se hizo especialmente íntima con aquellos que se dedicaron al flamenco y a los toros, dos de las pasiones del artista. Una gitana, como ‘La macarrona’ protagonizó en el París de 1906 la memorable fiesta del bautizo del hijo del pintor, dejando tan fascinado al poeta alemán Rainer María Rilke, que este decidió viajar a España a conocer el flamenco y a los gitanos.

El pintor mantuvo una relación muy estrecha con los parientes de la gitana Angustias, que le sirvió de modelo para varias obras. Hasta el punto de que Ignacio y su hija Lucía fueron los padrinos de un hijo de Angustias: Rafael Albaicín. Y no fue un padrinazgo simbólico, los Zuloaga siempre velaron por la educación y desarrollo del niño, participando el pintor en promover la carrera como torero de Albaicín.

Al igual que en los otros casos de colectivos marginados socialmente, las obras de Ignacio y Daniel se caracterizan por no presentar a los gitanos de forma peyorativa. No se les presenta como personajes exóticos; en especial a las mujeres gitanas, a quienes no se les convierte en objeto sexual, al estilo del estereotipo de ‘Carmen’, tan al gusto de los extranjeros. Tampoco se les presenta como personajes miserables o degradados. Su estampa es de dignidad.

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